Y de vez en cuando nos volvemos adictos a algunas cosas y nos acostumbramos a otras tantas y cuando faltan... Faltan. Simplemente. No hay otra explicación y nos volvemos un poco más fríos. Apuntando maneras hacia el invierno, acostumbrándonos a sus matices y sonriendo por lo que viene.
Los días las largos, pero más aun las noches. Tan diferentes unas de otras, llenándolas con sueños de cristal para dejar de sentirnos solos.
Dejando de buscar tuercas
para encontrar los restos de un corazón bomba hecho pedazos,
y su detonante. A saber.
Buscando cuerdas desafinadas y desgastadas, que aun así, suenan mejor,
contándote historias con más certeza.
Y es que la tristeza no se mueve sola,
la mueve el mundo con sus contra.
Y de vez en cuando te da por comerte la cabeza y dejar de comer techo. Perdiendo el tiempo en un sinfín de motivos que no se van con caladas profundas, ni siquiera por el humo que difumina mis ideas.
Y poco a poco, se me consume la vida entre los dedos, dejando restos de su olor en cada detalle. Impregnándome de ella, dejándome marcas para recordar/la. Dejando huellas y una historia escrita entre las líneas de. Y no dónde.
Y a veces, me imagino salir corriendo sin encontrar aun la deseada historia,
huyendo.
Huir significa, dejarte vencer por el miedo. Dejarme vencer los imposibles,
cuando desde siempre preferí los improbables.
Y ahora, se me escapa. Dejando páginas en blanco cada dos por tres, sin saber muy bien que decir y es que se apoderan de nosotros como quieren.
Mis papeleras se han acostumbrado a leer mis fracasos escritos en pequeñas huidas. Y las cenizas de lo que una vez fue fuego me echa de menos. Volveré a contarme verdades a medias a mi misma, a ver si así cuela.