sábado, 24 de diciembre de 2011

Acabo de sentir un escalofrío, uno, dos e incluso tres. Tengo la ropa tirada por el suelo esperando a que alguien venga a ponérmela no con demasiados mimos pero sí con un poquito de ternura. Tengo la cara llena de lágrimas que se enjuagan en el suelo y con cuidado de quedar marcas perfectas, tengo el alma destrozada, marcada de ti, de tu sabor y olor ese que se montó en un taxi y sin decir más nada desapareció del mapa. Tengo la piel empapada de agua sin recuerdos y de arañazos curados con alcohol puro y duro. El agua repiquetea contra el mármol blanco de mi ducha, que echa en falta a dos jóvenes confundidos y aturdidos, deshaciéndose del amor que les sobra entre besos y gemidos.
Que triste recordar y que triste recordarte.
El vaho de mi espejo no deja que me refleje con claridad, es una mirada ausente y gris sin contrarios, un estado de calma y soledad

 Las estrellas me hablan de ti sin querer y las letras de las canciones se acumulan en estos cuatro trastes. Te he aguardado pero las pompas de jabón tienen prisa y ganas de volar y dejarse ir, de bailar con el corazón sin pensar en lo complicado. Y tus iniciales me esperan y con el tiempo perdido desesperan y hacen interminable el olvido, ese al que son expuestas.



El café gotea y el chocolate espesa a fuego lento impaciente por tu llegada, la sintaxis de los versos y la confusión de ambos cuerpos, el significado y el subconsciente con un batalla imbatible de cabeza y corazón